El libre mercado es una farsa. Una hipocresía. Se promueve de dientes para afuera, en los bueyes de mi compadre, siempre que se tiene una ventaja competitiva frente al mercado que se quiere conquistar.

Pero cuando se proponen libertades en serio, nacen los argumentos nacionalistas más irracionales.

Para que haya producción se requieren diversos factores. Capital para invertir en maquinaria, equipo, instalaciones, así como insumos y, sobre todo, mano de obra.

En las negociaciones de libre comercio se habla solo del tránsito de mercancías, de la apertura de los mercados, pero se soslaya el factor más importante: el libre tránsito de personas.

Los mercados, en todas sus acepciones, son espacios donde se establece relaciones para el intercambio de bienes o servicios.

En los mercados concurren personas que demandan la atención a una necesidad y quienes ofrecen una solución a dicha demanda.

Al hablar de libertad de mercados, se habla solo del comercio de bienes y servicios, pero no del factor más importante en la producción: las personas.

El mercado laboral no ha estado en las pláticas del libre comercio en norteamérica. Todo lo contrario.

La migración es un fenómeno económico. Siempre lo ha sido. Es consustancial a la humanidad. Llegamos a todos los rincones del planeta no por un ánimo explorador, sino en búsqueda de oportunidades.

Por eso la migración es un derecho humano. Los ancestros migraron para la recolección de alimentos, en busca de agua y un espacio adecuado para echar raíces y formar una familia.

Al paladín mundial del libre mercado, Estados Unidos, se le atragantan sus palabras cuando se habla de migración. Y no solo a Trump. Ahí entran por igual demócratas que republicanos.

En ese momento surgen argumentos racistas detrás de un nacionalismo ramplón.

Si compramos mercancías “Made in USA” o exportamos productos con “precios competitivos” a costa de la miseria, somos grandes socios comerciales.

Pero cuando se trata del tránsito de personas, somos un problema de seguridad. Enviamos lo peor de México, violadores o asesinos, les quitamos trabajos a los “american citizens”.

Si ellos vienen a México, a aprovechar precios más bajos en vivienda, comida y servicios no son migrantes… son nómadas digitales.

Si los mexicanos buscan ir a Estados Unidos a cubrir una demanda de fuerza de trabajo, se enfrentan a una burocracia infame o a ser llamados “ilegales”.

Su libre mercado es uno en el que las personas no son libres de buscar oportunidades más allá de las fronteras nacionales. Al principal factor económico se le niega la más añeja libertad, consagrada como derecho humano: migrar.