Para finalizar esta serie de colaboraciones relacionadas con la frase “No hay enfermedades sino enfermos” de Claude Bernard, hoy concluiremos el análisis enfocado en los menores de edad.

Se dice que no hay preocupación más grande para los padres que la que provoca la pérdida de la salud de sus hijos.

En esta tensa circunstancia, una vez más, las ópticas y los enfoques cambian. El proceso de la enfermedad en los menores varía según la edad. No es lo mismo la afectación en un paciente recién nacido que en un lactante, un escolar o un adolescente.

Quizás la frase frecuentemente usada en la vox populi, “uno como quiera, pero ellos son criaturas,” lo resume todo. Esto se refiere, entre otras cosas, a que los menores de edad deben ser tratados con mayor cuidado y consideración. Esto no solo se aplica a la salud, sino también a todas las amenazas que enfrentamos como seres humanos.

Por ejemplo, a diferencia de otras especies en nuestro mundo, los seres humanos son completamente dependientes en las primeras etapas de la vida. Requieren cuidados, alimentación y protección por parte de sus padres o cuidadores. Si no los reciben, disminuyen las probabilidades de sobrevivir.

Un menor de edad es indefenso desde el mismo nacimiento. Esta dependencia al nacer es resultado de la evolución del cerebro y del extenso período de desarrollo necesario para que los cerebros de los bebés puedan crecer y desarrollarse. Esto incluye el tiempo necesario para aprender a caminar, hablar y madurar el sistema inmunológico.

Es evidente que, debido a la vulnerabilidad de este grupo, existen grandes riesgos de contraer enfermedades infecciosas y sufrir accidentes, además de otras enfermedades no prevenibles.

Por ello, es imperativo seguir esquemas de vacunación, cuidar la alimentación, mantener hábitos saludables y de prevención, y garantizar el acceso a servicios de salud y educación, entre otros. Estos son requisitos mandatorios y prácticamente obligatorios para asegurar la salud de un menor.

Enfermedades muy difíciles como el cáncer infantil, los trastornos epilépticos, las discapacidades y los trastornos de conducta, entre otros, complican en gran medida el entorno familiar. Insisto en que no hay dolor ni preocupación más grande que cuando un hijo o hija se enferma, sin importar el tipo de enfermedad.

Conforme el menor va creciendo, se vuelve más independiente y, con ello, empieza a tomar decisiones propias que acarrean consecuencias e impactos. El cuidado y acompañamiento deben seguir presentes en la etapa escolar y en la adolescencia. Los riesgos de adicciones, accidentes, suicidio, sobrepeso y obesidad son más evidentes que nunca en el mundo actual.

Por ello y de acuerdo a Ramón de Campoamor en salud como en todo “Nada es verdad, nada es mentira, todo es de acuerdo al color con el cristal con que se mira”.