«Por qué»: cuando la palabra es tan importante como las ilustraciones
«Por qué»: cuando la palabra es tan importante como las ilustraciones.

Tan chacales somos…

El caricaturista Abel Quezada representó, tajante y sin escrúpulos, lo sucedido en Tlatelolco el 2 de octubre. 

El 3 de octubre de 1968, tras la refriega de militares en contra de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, la información en los diarios de circulación nacional fluyó de manera muy escueta y, para ser sinceros, de forma inverosímil.

Nuestro mismo diario, con otra dirección editorial y otro modus vivendi publicó en portada «Balacera entre Francotiradores y el Ejército en Ciudad Tlatelolco»; El Universal: «Tlatelolco, Campo de Batalla: Durante Varias Horas Terroristas y Soldados Sostuvieron Rudo Combate»; El Heraldo: «Sangriento encuentro en Tlatelolco»; El Sol de México: «Manos Extrañas se Empeñan en Desprestigiar a México, el Objetivo: Frustrar los XIX Juegos»; Ovaciones: «Sangriento Tiroteo en la Plaza de las 3 Culturas»; Excélsior: «Recio Combate al Dispersar el Ejército un mitin de Huelguistas».

Así podríamos seguir en un sinfín de imprecisiones sobre lo que se publicó y lo que ocurrió. Siempre obedientes ante el oficialismo; siempre impidiendo que las voces críticas y minoritarias se acercaran a los medios y, de esa manera, ampliar lo sucedido a parámetros más certeros.

Nadie desmintió lo dicho en días posteriores, sin embargo, el diario dirigido por Julio Scherer, el autodenominado «Periódico de la vida nacional», contó con una voz que se atrevió a cuestionar lo sucedido.

Con tan solo 28 años, el caricaturista Abel Quezada ya era conocido por su oposición al oficialismo. Tras haber entablado una relación de camaradería con Juan de la Cabada, Efraín Huerta y Renato Leduc, colaboró con diarios como la revista Presente, el Ovaciones y Excélsior, permaneciendo en este último hasta el golpe que desmanteló la red informativa que este periódico había creado. Fue ahí, en esas páginas, que el 3 de octubre de hace 50 años, el caricaturista publicó el cartón «¿Por qué?». Alejado a lo que dicta la tradición, Quezada Calderón optó por ser menos ilustrativo pero igual de inquisidor.

El negro puede significar muchas cosas: la ausencia de luz, para los diseñadores; el universo, al relacionarse con el abismo y el infinito; la antigüedad, el misterio, la soledad, la intimidad y la expectativa.  Así mismo, puede representar formalidad, miedo, nerviosismo o luto.

Se dice que cuando Jacobo Zabludovsky dio lectura a las noticias en su programa en Televisa la noche del 2 de octubre de 1968 dijo que el día «había sido caluroso». También se rumora que, en su atuendo, fue visible una corbata negra, al menos en apariencia (la tele aún era en blanco y negro), hecho que Gustavo Díaz Ordaz tomó como una afrenta y llamó al comunicador para cuestionarle el motivo de su vestimenta.

El cartón de Quezada fue mucho más allá. Reunió todo aquello que el color negro puede connotar y lo sumió en un recuadro dentro de una página del periódico Excélsior y, con una simple pregunta, abrió paso a la duda y la crítica contra lo sucedido aquella tarde en Tlatelolco.

Esta era una época en la que la figura presidencial se devaluó a un grado risible. Los estudiantes que tomaron las calles en aquel año usaron las imperfecciones de GDO para burlarse de él a través de consignas y caricaturas con las que su figura y prestigio se irían al suelo, en un año en el que el mundo pondría los ojos en México con motivo de las olimpiadas.

Abel Quezada no apeló, pues, al humor para hacerle ver a los lectores de dicho periódico que lo que había sucedió en Tlatelolco no era un acto de desprestigio, ni un ataque de terroristas a miembros del ejército, mucho menos se trató de la repulsión de elementos del ejército a manos de francotiradores. Demostró, como lo dijo Juan Villoro en su columna del 9 de diciembre de 2016 para el diario Reforma, que «la palabra puede ser tan importante como las ilustraciones».

Así, esa tensa línea existente entre el gobierno y los moneros o caricaturistas, se vio marcada por tal osadía, quedando, entonces, entes aún más contrastantes y opuestos entre sí.

«Gobernar es una manera de cortejar la eternidad. El humor procura, por el contrario, descubrir la fugacidad de toda grandeza, despoja a los próceres de su disfraz solemne y muestra que, en demasiadas ocasiones, en los actos que se hacen en nombre de la patria no tienen que ver con el país, sino con permanentes delirios de poder», dijo el mismo Villoro en Funerales preventivos, fábulas y retratos (Almadía, 2015).

Ahora, los caricaturistas han logrado ganar terreno en diversos medios y plataformas. Las redes sociales los han dotado de nueva voz y sus críticas se han hecho más visibles. Herederos de las batallas ganadas por el mismo Abel Quezada, Rogelio Naranjo y Rius, la generación conformada por Fisgón, Hernández, Helguera y Rapé, goza de plenitud.

Aunque su crítica se ha tornado coincidente con lo que propone el gobierno entrante, el punto de quiebre llegará en el momento en el que la nueva gestión federal inicie, cuando tengan que enfrentarse a nuevos personajes y entes políticos, a nuevos problemas y nuevas formas de hacer sátira.

Por César J.G.

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