CON EL «RUSIAGATE», ¿HABRÁ PARA NAVIDAD? FOTO: ESPECIAL

Desde antes, incluso, de ser candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, el magnate Donald Trump gusta dirigirse con un estilo gravemente hostil, con sonrisas cáusticas, duras señales usando las manos, hasta ofensas verbales directas sobre el gobierno en turno, la prensa o las comunidades de migrantes que viven en territorio estadunidense.

El 20 de enero de este año, envuelto en escándalos y prometiendo construir un gigantesco muro entre México y su país, Trump llegó a la Casa Blanca como el como el 45° presidente de la Unión Americana.

Han transcurrido cinco meses de fieras decisiones en sus políticas nacionales e internacional, como la amenaza de abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los bombardeos ejecutados sobre  territorio sirio, además de su reciente salida del Acuerdo de París, decisiones que la comunidad norteamericana y mundial ha descalificado.

Sin embargo, el fantasma que más lo ha perseguido vino en el mes de mayo, con la decisión de despedir a James Comey de la dirección del FBI, quien se encargaba de investigar los posibles vínculos de Rusia con el equipo de campaña del empresario durante las elecciones de 2015.

Recomendado por el fiscal general, Jeff Sessions, y el asistente del fiscal, Rod Rosenstei, el presidente argumentó que la remoción del cargo se debió a que Comey no era capaz de liderar de forma efectiva al Buró Federal de Investigaciones, y ante las opiniones que los demócratas desataron por tan abrupta decisión, el yanqui mayor criticó duramente a quienes lo cuestionaron y además prometió reemplazarlo por alguien «mucho mejor».

Inclusive, desde su barricada favorita, Donald J. escribió en Twitter: «Comey perdió la confianza de casi todo el mundo en Washington, republicanos y demócratas por igual. Cuando las cosas se calmen, me agradecerán».

Este jueves, ante el Comité de Inteligencia del Senado, James Comey habló y acusó a Trump de mentir y difamar, de intentar darle directrices para desviar la investigación sobre el general Michael Flynn, asesor de la Casa Blanca, investigado por sus contactos con Rusia, lo que pudo interpretarse como intento de Trump, para obstruir las labores de inteligencia de su país.

No obstante, Comey dejó claro que a él no le corresponde enjuiciar si el presidente de EU ha intentado interferir en la investigación del llamado «Rusiagate» y evitó calificar las peticiones de Trump como obstrucción a la Justicia, pero las calificó de «muy preocupantes».

De acuerdo al Código de EU, que reúne todas las leyes federales estadounidenses, cualquiera que intente, de manera corrupta, influenciar, obstaculizar o impedir la buena administración de la justicia debe ser castigado, delito incluso susceptible a una pena de cárcel de cinco años como máximo.

¿Pero quién le pone el cascabel al gato?, aunque  un grupo de juristas consultados por la AFP, consideran que el despido de Comey es, hasta ahora, la mejor prueba de que Trump, quien hoy brilló por su ausencia en su amado Twitter, actuó de manera corrupta, también concluyen que ningún fiscal correría el riesgo de procesarlo sobre esta base, pues se necesitan pruebas que considere suficientes como para declararlo culpable.

Además, pese a que el concepto de obstrucción de justicia pertenece al sistema judicial, el procedimiento de destitución es enteramente político y podría ser lanzado, incluso si Trump no es formalmente acusado por la justicia; pero, correspondería al Congreso, de mayoría republicana en ambas cámaras, destituir al presidente si estima que es culpable de «traición, corrupción u otros crímenes y delitos mayores».

Esto, sin embargo, podría complicar que, esta navidad, el «Tío Trump» como presidente de Estados Unidos felicite a sus connacionales y al mundo entero, con esa sonrisa cáustica que tantas veces nos ha obsequiado; pues el «Rusiagate» es como una «piñata de Pandora» que apenas comenzó a abrir.

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