Los tiempos actuales son de delirio político. De disociación con la realidad.
En la dinámica que impera del 2018 a la fecha, actor político solo ve lo que quiere ver de la realidad. Cada nuevo suceso tiene interpretaciones antagónicas que sirven para reforzar las convicciones previas.
Así, se han construido realidades paralelas, autorreferenciales.
En la realidad de la oposición vivimos en una dictadura. López Obrador es el resumen de cuanto dictador haya pisado la faz de la tierra. La suma de Adolfo Hitler, Benito Moussolini, Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro elevado a la décima potencia.
No importa el contexto, no importa la infinidad de variables sociales que diferencian a México de la Alemania de 1934, de España en 1936, de la Cuba de 1959 o las dictaduras militares de Brasil, Chile, Paraguay o Argentina en los 70 y 80.
En contraste, la realidad y el discurso construido desde hace un cuarto de siglo años por López Obrador ha sido el de un país donde no había llegado la democracia por la acción de una oligarquía.
Para traducir el concepto de esa minoría “rapaz”, de una élite, que ha aprovechado el poder público para obtener beneficios particulares, acuñó por ahí de 1997 el concepto de la “Mafia del Poder”.
En su narrativa, la épica de los últimos 40 años ha sido una lucha para extirpar a esa oligarquía del poder público, a quienes engloba bajo la etiqueta del “periodo neoliberal”.
El clímax de la lucha contra el neoliberalismo se alcanzó con el resultado de la elección del 2018, pero la historia no ha terminado ahí.
Como en una guerra de trincheras, las fuerzas de la “4T” solo conquistaron el Poder Ejecutivo, mientras sus opositores se atrincheraron en el Poder Judicial, las grandes empresas y medios de comunicación.
En esa lógica, las críticas son la expresión de la resistencia al cambio por parte del régimen anterior, son una pulsión conservadora.
Para la oposición, cada decisión de AMLO es un paso más a la catástrofe, así se vaticinaba un tipo de cambio superior a los 25 pesos.
Para el presidente, cada día es un centímetro ganado al régimen anterior en una refriega que debe continuar con alguna de las “corcholatas”. Por ello su proceso interno se ha denominado como una contienda para coordinar la defensa de la transformación.
El problema, para cada narrativa -la oficial y la opositora- es que la realidad es mucho más amplia y compleja.
El momento político actual va más allá que la lucha de un puñado de demócratas liberales frente al “dictador”, “mesías tropical”, “demagogo”, destructor de instituciones, que logró embaucar a “30 millones de ilusos”.
El momento político actual también va más allá que la lucha cotidiana de un gobierno comprometido con revertir los estragos negativos de 40 años de neoliberalismo.
Quien sea capaz de mirar que entre estos extremos hay un gran país, complejo, moderno, hastiado de la violencia y de la corrupción, quien sea capaz de callar en su monólogo y escuchar las distintas voces de la población, tendrá posibilidades de conectar con sectores más allá de sus propios correligionarios y, en el proceso electoral del 2024, refrendar el poder o arrebatarlo al obradorismo.