La plaza del ajolote.
México lindo y querido.
Me pregunto si alguien más notó la mancha roja que corría hacía bajo por tu frente, junto a los ojos cansados y amenazantes que suplican una moneda; si alguien entre miles de usuarios logró superar la suciedad que te acompaña, detrás de esos pantalones rotos y malolientes, bajo el pelo enmarañado de tantos años de olvido; me pregunto si alguien, porque yo no, fue interceptado por tu caminar doloso, a consecuencia de esa pierna izquierda débil y renuente a mantener el equilibrio.
En los últimos años hemos consumido un México en llamas y enfermo, pero que se niega a perecer, una nación que sufre de dolores —a veces pienso— incurables, no por falta de medicamentos, sino por el cansancio y agotamiento de los ciudadanos: algunos no quieren pelear, mientras otros dejan la vida en busca de justicia, una palabra fácil de pronunciar, pero inalcanzable a nuestras manos.
Alguna vez Octavio Paz escribió que lo peor que se le puede hacer a un hombre es ningunearlo (hacerlo ninguno, nadie) y pensé en él mientras esquivaba tu mirar. Mi indiferencia me lastima y me avergüenzo por ello, pero tú ya me olvidaste, como dice Johnny ― protagonista de El perseguidor, ficción de Cortázar (Julio)― tú eso ya lo hiciste mañana, cuando yo sigo pensando en ti. Tú estás pensando en alguien más o en mañana, cuando vuelva a ignorarte.
Y pienso entonces en los seis años que bastaron para romper todos los récords, para que miles de familias lloren a sus deudos, al tiempo que se resignan, luchan y esperan el traspaso sexenal, escuchando promesas que endulzan sus oídos furiosos, mientras tiemblan —a veces de coraje o rabia— e intentan decidir en quien depositar sus esperanzas para el futuro cercano.
Treinta y tres ejecuciones diarias cortesía de Peña Nieto durante su administración; 117 políticos asesinados en el actual proceso electoral (otros más amenazados para abandonar la contienda); 42 periodistas ultimados (seis de ellos en este año), siete feminicidios diarios (un promedio de 2 500 al año), y todavía faltan seis meses de sexenio.
Pienso en la vida de la calle, en las carencias obvias que nos traspasan: un jabón, un plato de sopa, un vaso de agua, ropa limpia, una almohada, un amigo que nos escuche. Pero doy otro paso y vuelvo a caer en el fuego que consume al país, lentamente, avivado por el coraje y la frustración de las minorías, haciendo justicia a propia mano y generando un círculo de violencia que amenaza con dilatarse.
Así es nuestro México lindo y querido, envuelto en un manto multicolor que encierra en sí demasiadas problemáticas para pensar en todas ellas al mismo tiempo. A veces se nos olvida que en este país, no solamente se matan periodistas, mujeres, estudiantes, marinos, militares, policías, civiles, narcos, políticos, activistas, padres, madres, hijos y hermanas. En esta nación también se asesina a los indigentes (carentes de lo necesario para sobrevivir), peor aún, se nos olvida que existen.
Camino un paso más y tu imagen casi se borra de mi mente, porque sé que te veré mañana, pidiendo una moneda, con una cobija mal puesta cubriendo tu cuerpo delgado y sucio, y tal vez —en serio tal vez— vuelva a preocuparme por ti, por los ninguneados de México, que sufren, como pocos, la intensidad de las llamas que quieren devorar al país.
Es curioso, decía Johnny, que para expresar algo que pienso en minuto y medio (en esta ocasión tres pasos), tenga que escribir dos cuartillas (él dice 15 minutos), como si el tiempo fuera diferente en mis pensamientos. Diferente para ti que buscas sobrevivir todos los días, mientras yo camino —dizque— apresurado, mientras tú buscas una mano amiga y yo pienso en alguien más; mientras tú persigues algo que realmente necesitas, cuando yo persigo al tiempo; mientras tú le ganas un minuto más a la vida, yo doy el último paso, y nos lanzamos una última mirada antes de olvidarnos. Al menos hasta mañana, espero…
Por: Ernesto Jiménez
HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN